—Tenemos un problema —le susurró Simón mientras entraban en la gran sala donde se reunían habitualmente.
—Ya lo sé, se oyen rumores que nos tendremos que ir a África, donde es más fácil encontrar a los donantes — le contestó inclinado la cabeza algo irritado.
—No, es eso. Si quieren pueden descubrimos— abrió los ojos ofendido, por primera vez se sintió amenazado.
—Es imposible —contestó con aspereza —. ¿Quién va a hacerlo?.
—¿Te has hecho la prueba? —le desafió.
—Claro —le miró —soy negativo.
La sala estaba repleta pero un silencio había impregnado cada rincón. Las máscaras eran imprescindibles para poder asegurar la inmunidad de los asistentes, pero la mayoría se conocían. Se sentaron cada uno en su sillón rojo. Simon miró hacia atrás, con el tiempo había ascendido en la sociedad y ocupaba la segunda fila, un lugar privilegiado en el cual la información que se manejaba influía en todo el mundo.
Le había costado muchos esfuerzos llegar a ese puesto, muchos sacrificios y algún que otro disgusto. Atrás muchas sillas vacías, supuso que estarían enfermos, el virus.
El Maestro entró rápido y se sentó enfrente de todos.
—Como todos saben estamos en una situación de grandes oportunidades.
La sala de llenó de aplausos y vitoreo.
—Tenemos a disposición gran cantidad de donantes y somos afortunados de poder vivir esta abundancia. Desde la peste no se nos ha presentado una oportunidad como esta.
Todos se pusieron en pie y cantaron el solemne himno de siglos de antigüedad. Simon cantó con poca energía, su compañero le miró de reojo y los de la primera fila se giraron repentinamente. Parecían que intuían sus pensamientos. Le gustaba el poder, pero no le gustaba arriesgar, la cautela, los chismes y su personalidad camaleónica le había otorgado una posición que jamás pudo antes soñar, pero el precio, era alto, la tensión, el estrés y los gritos muchas noches no le dejaban conciliar el sueño.
Salió con la mirada en el suelo, avergonzado de no poder disfrutar de la alegría de los demás. Tantos niños, tanto sufrimiento, para unas pocas horas de felicidad pura. Una vez que lo probabas te cambiaba para siempre. La sensación de euforia te poseía y en ese instante sabías que siempre buscarías estar en el paraíso.
Entró en el coche que lo llevó de nuevo al restaurante donde había quedado con su mujer para comer. Estaba cerrado, las calles estaban desiertas. Miró el móvil, tenía 124 llamadas perdidas. Llamó sin entender que ocurría.
—Dime —le dijo tajante.
—Estamos en toque de queda, no hay posibilidad de entrar en la ciudad —le contestó con frialdad su mujer— .¿Tienes suficientes dosis?.
—Sí, no te preocupes, tenemos más que nunca —le contestó mientras sentía una presión en la sienes.
—No vengas a casa, nos veremos en la casa de la familia — colgó su mujer sin despedirse.
Le indicó al chofer que se dirigiera hacia la casa familiar, a las afueras de la ciudad, rodeada de bosques y aislada de toda mirada curiosa. No podía dejar de pensar, lo que su amigo médico le había dicho inocentemente por la mañana. El virus matará a mucha gente, el sufrimiento es brutal pero hay personas que parecen que disfrutan de la situación. No le dijo nada, solo le miró. Sufrimiento, dolor eran palabras que habían perdido su sentido, ahora solo le interesaba el placer y no perder su posición. Era su única preocupación, pero también había algo más que le rondaba y apretó la mandíbula haciendo chirriar los dientes.
Llegaron de noche, los árboles centenarios parecían jugar con la luz de la luna, creando sombras y figuras extrañas en el camino. Salió del coche y la puerta de la casa, se abrió. Todo estaba en silencio, subió los escalones y entró sigilosamente. Le esperaba Sofia, que lo ayudó a quitarse el abrigo, en silencio. Los gestos estaban calculados tras años de servicio.
—Prepárame algo caliente —le ordenó sin mirarla.
—Lo tiene preparado junto a la chimenea.
Le pesó de repente toda la tensión acumulada. Se sentó en su butaca, junto al calor de la chimenea. No tomó el caldo, pero se sirvió su brandy. Las palabras del médico le volvieron al pensamiento. En los análisis habían encontrado a un índice de personas con el hierro alterado, ¿serían quizás vampiros?.
Marta Tadeo
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