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Al final del camino

     Sam no estaba seguro que si era una señal de precaución o el presagio de un desastre, pero sí sabía que tenía que continuar adelante con su viaje. Un cadáver en medio de la calzada, solos los dos y como único testigo las montañas. Miró a su alrededor y empezó a buscar indicios de actividad humana, pero las carreteras estaban desiertas y no se veía a nadie.      Se acercó con cautela hacia el cuerpo tendido, era una mujer de mediana edad, rubia con una cámara de fotográfica colgada al cuello. Yacía boca arriba, con los ojos cerrados sobre un charco de sangre oscura y viscosa. Sam empezó a temblar y sudar, estaba aterrado y con un impulso de valor, se agachó y le tocó la pierna. Dio un salto hacia atrás, asustado, había notado la rigidez de un muerto. Sus pensamientos se dispararon en un carrusel de conjeturas, ¿cuánto tiempo llevaba muerta? ¿cómo es posible que no haya nadie? ¿qué le ha ocurrido? ¿la han asesinado o ha muerto por  un accidente? La mujer mostraba su boca