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Al final del camino



     Sam no estaba seguro que si era una señal de precaución o el presagio de un desastre, pero sí sabía que tenía que continuar adelante con su viaje. Un cadáver en medio de la calzada, solos los dos y como único testigo las montañas. Miró a su alrededor y empezó a buscar indicios de actividad humana, pero las carreteras estaban desiertas y no se veía a nadie.

     Se acercó con cautela hacia el cuerpo tendido, era una mujer de mediana edad, rubia con una cámara de fotográfica colgada al cuello. Yacía boca arriba, con los ojos cerrados sobre un charco de sangre oscura y viscosa. Sam empezó a temblar y sudar, estaba aterrado y con un impulso de valor, se agachó y le tocó la pierna. Dio un salto hacia atrás, asustado, había notado la rigidez de un muerto. Sus pensamientos se dispararon en un carrusel de conjeturas, ¿cuánto tiempo llevaba muerta? ¿cómo es posible que no haya nadie? ¿qué le ha ocurrido? ¿la han asesinado o ha muerto por  un accidente? La mujer mostraba su boca  abierta, en una mueca grotesca, con un grito desgarrador congelado en su rostro.

     Sam se dio cuenta que tenía que hacer algo, de manera urgente. Podía llamar a la policía y avisar del cuerpo hallado, pero le ocasionaría una demora importante de tiempo, preguntas y sinfín de molestias por una situación incómoda, por alguien a quién no conocía. O bien podía dar media vuelta y cambiar su itinerario hacia otra carretera secundaria, de este modo no tendría que perder tiempo. Sam quería continuar con su viaje y olvidar este obstáculo en su camino.  Por desgracia de la mujer, que él avisara de su muerte a las autoridades no le iba a cambiar su suerte, continuaría difunta. En cambio,  él perdería un tiempo valioso. 

     De este modo, con precaución, como si no quisiera hacer ruido para que la fallecida no supiera de sus intenciones, Sam empezó a retroceder.Giró la cara mirando el suelo, se acomodó su gorra y el cuello de la chaqueta para abrigarse más y empezó a caminar en dirección contraria a la que iba, dejando atrás  al fiambre y sus problemas.

     A penas había recorrido unos metros una punzada en el estómago le hizo parar, los remordimientos le carcomían las entrañas, intuía que algo no iba bien, y que no había obrado de manera honesta. Empezó a discurrir, si se encontraba a alguien en estos momentos, pensaría que estaba huyendo del lugar del crimen, le colgarían a él el asesinato. Las voces le atormentaban, los pensamientos y el estómago se le apretó aun más en un dolor agudo.
Pero él había tomado su determinación de coger otro camino y olvidar lo sucedido, así que empezó a correr, como si el diablo le siguiera, hacia el cruce anterior.

     Tomó rumbo por un camino alternativo, que le conducía igualmente a su destino pero con unas horas de retraso.Sam se sintió más tranquilo y su respiración fue recuperando un ritmo sosegado. De vez en cuando se paraba para escuchar si habían voces o se oía algo, pero todo estaba en silencio, un silencio perturbador, como vacío de vida donde no se oían ni pájaros ni viento, solo el ruido de sus pasos en ese camino pedregoso de los andes y su respiración entrecortada.

     Tras media hora de camino, que le pareció eterna,  llegó al desvío donde le llevaría a la aldea, no había encontrado a nadie y cuando empezó a descender se sintió aliviado, parecía que su tormento había cesado y la alegría le embargó de nuevo.
Silbando y con mejor humor, empezó a recordar pasajes de su pasado, se fue hasta su adolescencia y sin saber como la memoria le llevó a pensar en ella, Sandy una chica de su pueblo, lista, bonita y con un espíritu libre. Tenía siempre buenas palabras para todos y ayudaba en lo que podía en su hogar y con sus amigos. Ella le pidió ir al baile de fin de curso juntos, cosa que le sorprendió y a la vez le halagó. Los recuerdos se fueron amargando, había algo en esa chica que le causaba terror. Sam se sacudió la cabeza, como para deshacerse de un mal presagio y continuó silbando y caminando.

     Cuando giró por un revuelo, a la lejos vio un bulto en medio del camino, el sol ya estaba alto y empezaba a hacer calor, no podía distinguir que había. Se acercó con el pulso acelerado, retumbando en sus sienes,  sus pasos le dirigían directo, como hipnotizado. Empezó a distinguir las formas, parecía la mujer de antes, en medio del camino, una vez más. Aterrorizado siguió para asegurarse del hallazgo y no daba crédito a lo que veía. La mujer en medio del camino, boca arriba y la cámara fotográfica en el cuello. La mueca de terror y los ojos abiertos, unos ojos azules abiertos de manera desmesurada. 

Esta vez Sam, no pudo ni pensar, se dio media vuelta corriendo y gritando: 

-¡Socorro!

     Llegó sudoroso al desvío que había cogido por la mañana, cuando huía por primera vez del cadáver. Y se fue en dirección contraria, volviendo los pasos hacia la aldea donde había pasado la noche.

     Cuando se quedó sin aliento, paró para coger aire. Se hallaba exhausto, sudado y con hambre. Se sentó para recobrar las fuerzas y bebió de su cantimplora. Recordó que tenía barritas energéticas en el bolsillo de su cazadora, a sus 45 años había aprendido a ser previsor y cuando salía a caminar llevaba siempre un kit de supervivencia, como él lo  llamaba, agua, comida y una manta térmica, nunca se sabe lo que ocurrirá. Comió y bebió, mientras intentaba ordenar sus pensamientos de lo ocurrido pensó que quizás el pánico le había jugado una mala pasada, y no había nada en el camino, quizás los remordimientos le habían llevado a ver de nuevo a la mujer muerta, no podía ser que la volviera a ver en otro camino.

     Las dudas nacieron incesantes en su cabeza, no podía creer que la mujer estuviera en dos caminos a la vez. Mientras reunía fuerzas sintió que había algo que no encajaba, él no era una persona dada a la fantasía y menos a lo paranormal, su profesión de ingeniero en aeronáutica no le dejaba espacio a la fantasía, era un hombre de ciencias. Tenía que resolver el enigma y salir de dudas, decidió volver de nuevo al primer camino para ver si estaba la mujer, con los ojos cerrados y si la hallaba, llamaría a la policía, no podía permitir que el terror y el miedo nublaran su mente.

     Empezaba a atardecer cuando emprendió de nuevo el primer camino, donde encontró el cadáver por primera vez. El sol ya no calentaba tanto y en el cielo se dibujaron nubes de tormenta, un viento frío empezó a soplar. Calculó el tiempo que tenía hasta hallar el cadáver y pensó que podía llegar y luego continuar el camino hasta la siguiente aldea, puede que llegara de noche, pero no muy tarde.

     Mientras avanzaba la tormenta le cogió desprevenido, sacó su impermeable y su linterna, el agua caía con fuerza y las nubes taparon el sol dejando el camino en penumbra, no podía ver más allá de metro y medio. Sam siguió sin descanso, caminó durante horas sin que la tormenta parara. Pensó que ya tendría que haber llegado al cadáver cuando vio las luces de la aldea al fondo. No encontró el cuerpo, así que la mujer no tendría que estar muerta, sería una broma pesada, pero como podría haber llegado antes que él al segundo camino sin que la viera. Las preguntas se amontonaron en  su psique sin hallar ninguna respuesta.Quizás la han encontrado y las autoridades ya la recogieron hasta las dependencias judiciales a espera de ser identificada. Un suspiro de alivio le recorrió el pecho, pensó que la segunda vez que halló a la mujer sería una alucinación provocada por un miedo irracional a no haber actuado con honestidad.

     Llegó a la aldea, cansado, mojado y con un hambre voraz. Las casas estaban todas cerradas y no había señal de vida, no habían animales, ni perros, ni un alma por las calles embarradas. Llamó a una casa, no hubo respuesta, solo silencio mientras el agua le empapaba y le enfriaba hasta los huesos. Siguió golpeando  todas las puertas que encontró, sin hallar a nadie en la aldea. Pensó que era raro que no hubiera nadie y los establos estuvieran vacíos. Al final de la calle había una casa aislada y se dirigió hacia ella, picó con fuerza y la puerta se abrió:
  • ¿Hay alguien? preguntó, abriéndose la puerta del todo. 

Al fondo se veía una luz cálida y cierto calor, avanzó con cautela.

-¡Hola! ¿puedo pasar? estoy de camino he me ha cogido desprevenido la tormenta— iba diciendo mientras entraba en la pequeña la casa. 

Las paredes eran de adobe, desconchadas y sin cuidar. Siguió andando hasta la siguiente puerta que le llevó a lo que sería la cocina, un fuego en el suelo alumbraba la estancia. Había una silla al lado de la lumbre, encima del fuego una olla hervía caldo.

-¡Hola! ¿hay alguien? gritó de nuevo mirando a su alrededor.

Escuchó un ruido en la habitación de al lado, se dirigió hacia ella. Había una cama de hierro forjado oxidado, con un colchón de paja y lana viejo mohoso. Una silla y un colgador. No había nadie, ni el la habitación, ni en la cocina , ni en la entrada. Salió por donde había entrado, la lluvia continuaba cayendo con fuerza y gritó:

-¡Hola! ¿Hay alguien?- gritó casi como una suplica.

Nadie contestó, solo se oía el ruido seco de la lluvia en la tierra y sobre el techo de la casa.
Entró de nuevo, y pensó que pasaría la noche allí, por alguna razón la gente de ese lugar se había ido.

Se acomodó cerca del fuego y se intentó calentar, se quitó el impermeable y la ropa mojada, para que se secara y se quedó en ropa interior. Su cuerpo tiritaba de frío, estaba helado y con un hambre voraz. Miró el interior de la olla, el caldo hervía y olía bien. Cogió la olla con las manos, a pesar que se quemaba, para apartarla del fuego. Buscó un cucharón y algún recipiente para beber el caldo, pero no encontró nada. Sentado, al lado del fuego, dejó la olla entre sus pies, para esperar a que se enfriara y poder beber sin quemarse, mientas se calentaba con su calor.
Al rato, cuando la olla se enfrió, pudo empezar a sorber el caldo y le reconfortó.
Estaba delicioso, sabía a caldo con carne de cerdo. Pensó que había tenido suerte de encontrar la casa abierta y el caldo preparándose. Entonces se dio cuenta que la persona que hubiera hecho el caldo puede que volviera a cenar. Así que no se terminó la sopa y dejó la mitad.
Se recostó en la pared, estaba cansado, la tormenta no paraba y se oía el viento soplar con fuerza. Solo en una casa en medio de la cordillera, con su ropa mojada casi en cueros, bebiendo la sopa de otro después de un día totalmente loco. Las imágenes del día fueron pasando por su mente. El cadáver en medio del camino. Su mueca de horror. Los ojos azules abiertos desmesuradamente. El camino sin vida. Sus botas caminando por las piedras. El miedo en los huesos. La lluvia, la adea vacía. La casa. La olla. El caldo. Y de repente vio una cara acercarse a él, con los ojos encendidos y una sonrisa en los labios.
Se despertó alterado, seguía en la casa solo. Decidió ir a la cama y dormir. Hasta mañana no podría salir y a estas horas y con la tormenta, el dueño de la casa ya no volvería, se quedaría donde estuviera hasta mañana.
Se recostó en el colchón que olía a humedad y hongos, pero le pareció mucho más cómodo que el frío suelo. Se cubrió con su manta térmica por encima, dispuesto a pasar la noche en aquel sitio.
Recostado pensó de nuevo en Saly, en su sonrisa y su optimismo. Una noche habían ido de acampada con unos amigos al bosque y alrededor del fuego contaron historias, de miedo, de fantasmas y de espíritus. Ella en cambio dijo que no creía que todos los fantasmas fueran malos, sino que había algunos que nos avisaban de peores peligros y nos ayudaban así, y explicó la historia de la mujer en la curva que permanece en ella avisando, a los demás del peligro y así los coches aminorar el paso y pueden continuar.
De repente Sam pensó, si la mujer muerta que había encontrado no fuera un fantasma que le estaba avisando sobre un peligro si continuaba el viaje y un escalofrío le recorrió la espalda.

Escuchó ruidos en la puerta, se alertó y se levantó de inmediato. Cogió la linterna que tenía la lado y alumbró hacia la puerta. Una sombra negra, muy alta estaba en la puerta, mirándolo. Los ojos encendidos y una sonrisa siniestra en su rostro.
El terror le dejó sin palabras.

-¿Estaba buena la sopa? - le preguntó la sombra, con una voz grave.

Sam aterrorizado asintió con la cabeza. De la garganta no le salió ni un ruido. Su cuerpo se encogió como queriendo desaparecer de semejante presencia.

-¿Quién te ha dado permiso para comer? le gritó.

La sombra se abalanzó hacia él y Sam gritó paralizado por el miedo.Y cuando pensaba que lo tenía encima,  abrió los ojos no vio a nadie. Estaba solo y aterrorizado, con la piel erizada y el corazón hecho un nudo. Le faltaba el aire, se levantó despacio con la linterna temblándole.

-Lo siento, balbuceó .Siento haber entrado sin permiso.

El fuego se había apagado y solo la luz de la linterna alumbraba la estancia. Tropezó entonces con la olla derramando el caldo por el suelo, dirigió la luz hacia la olla con el susto y vio entones una carne blanca entre huesos hervidos, se acercó y vio que era una mano humano. Dio un salto hacia atrás de terror mientras un grito de horror quebró el silencio.

-Dios mío -suplicó , sin poder apartar la vista de a mano que yacía en el suelo.

-Dios mío, voy a morir- anunció.

Se arrastró por la estancia y vio una puerta que hasta ahora no había visto, y se dirigió hacia ella. La empujó y alumbró en su interior, temblando sin parar. Sus peores pesadillas se hicieron realidad.
En la estancia estaban colgadas del techo, las partes de lo que seria un cuerpo humano, la cabeza estaba encima de una mesa, regida sobre su cuello. Era la mujer que había encontrado en el camino. Con los ojos azules abiertos y el grito congelado en sus labios.
Y sintió, presa del pánico como le decía:
-Te avisé que no continuaras.



Marta Tadeo
Escritora

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