Andaba buscando mi propia fuente y voz cuando, me di cuenta que estaba aterrorizada por la página en blanco, no conseguía ninguna idea y mi mente estaba saturada.
Encerrada en casa toda la mañana, sentada delante del escritorio, con el ordenador encendido y el cursor parpadeante, hipnotizándome, mejor dicho, idiotizándome en cada pulso de la pantalla. El calor era sofocante y la habitación olía aún a sudor, alcohol y sexo, de la noche anterior.
Me enfundé mis tejanos gastados, la camiseta que me compré en rebajas y las chanclas, cogí todos mis bártulos de escritura y me fui al chiringuito de la playa que estaba justo debajo de mi casa. Necesitaba aire fresco y centrarme en la escritura.
Era un lugar ruidoso, lleno de turistas con la espalda roja y camareros sudorosos por atender las exigencias de cada cliente, el mejor lugar para desaparecer y poder observar, en busca de inspiración.
Tras mi segunda cerveza acompañada de unas papas arrugas, me di cuenta que justo en la mesa de al lado, estaba sentado un señor de mediana edad. Cantaba como una almeja, solo, vestido a lo clásico con pantalones de pinzas y una camisa blanca de manga corta. El peinado de lo más hortera, intentando disimular su calvicie, al estilo Torrente.
¡Tierra trágame!. Me miró y me saludó, ¿habría sido muy descarada cuando lo diseccionaba con mis ácidas críticas?
-Hola, buenas tardes- me dijo.
-Hola, le contesté un poco avergonzada por ser descubierta en mi malévola curiosidad.
-¿Necesitas ayuda? -me preguntó con educación y una entonación redonda, como si me hablara un locutor de radio.
-No -me incomodó e intenté evitar el contacto por mucho más rato- gracias, le sonreí. Tengo que escribir un relato y de poco me serviría que lo escribieras por mi- le dije sin entender porque le seguía hablando.
-Si claro, sonrío por debajo de sus gafas de pasta, sería estrambótico que un extraño escribiera tu relato- me dijo.
Un silencio cómodo nos envolvió , como si el tiempo su hubiera detenido y los ruidos del chiringuito hubieran desaparecido, por alguna razón me sentía atraída hacia él.
Un silencio cómodo nos envolvió , como si el tiempo su hubiera detenido y los ruidos del chiringuito hubieran desaparecido, por alguna razón me sentía atraída hacia él.
-¿Por qué escribes el relato?- me preguntó con su voz profunda.
-Es parte de los ejercicios de escritura que he de entregar en el taller de hoy, en la Escuela de Escritura Creativa de la Universidad de Las Palmas- le dije, como para darme importancia con aires de artista de pueblo.
-Si quieres ser escritora, el taller no será suficiente, deberás ver, respirar, saborear a través de las palabras y crear en cada momento- me dijo mientras su mirada se perdía en el horizonte del mar.
-Lo sé – le dije con aires de falsa autosuficiencia- pero será un buen punto de partida – reflexioné para mí.
En ese momento el camarero irrumpió en mi mesa y me preguntó si quería algo más, había gente esperando para sentarse y mi cerveza hacía rato que me la había bebido. Recogí mis cosas y me levanté de la mesa, pero antes me acerqué al señor y le dije:
-Había pensado escribir sobre una mujer que lleva cuidando toda su vida a su madre enferma y al final descubre que no era su madre biológica, que su madre la abandonó a los tres años por un hombre con el que se fue a vivir a Argentina. Mostrar la tragedia de la muerte de la madre y la tragedia de conocer el secreto que su madre se llevará a la tumba, dejándola huérfana y sin ninguna raíz – le dije entusiasmada por la idea de escribir un relato tan dramático.
-¿Quieres sentarte?- me invitó
Me senté a su lado como lo haría un elefante en un palacio, sin cuidado ni elegancia, derrochando torpeza a granel. Por alguna razón, me sentía cómoda con esa persona.
-Me imagino la escena de la mujer en el lecho de muerte de la madre, preguntándole por todos los detalles que jamás le contará, sintiendo la frustración de haber vivido el abandono de la madre y la muerte de aquella mujer, un tanto mezquina, que la cuidó sin mucho cariño- le dije totalmente poseída por la historia. Me imagino, la habitación del hospital, con el olor a séptico y el ruido de los aparatos que controlan su constantes vitales como única respuesta a su sufrimiento, al silencio y a la soledad- le dije mientras me acomodaba en la silla metálica.
-El diálogo que puede tener con ella misma, mientras su madre muere puede ser muy rico en emociones y sentimientos contradictorios- me dijo mientras se quitaba las gafas para secarse el sudor de su frente.
Un segundo silencio nos envolvió de nuevo, y nos miramos a los ojos. Tenía los ojos grandes, azules y profundos, como el mar esa tarde de verano.
-He de irme, le dije algo turbada. Gracias por escucharme.
Me marché sin mirar atrás, tropezando con las sillas y los turistas. Miré la hora y me di cuenta que no tenía tiempo de pasar por casa si quería llegar puntual a la universidad.
Al entrar en la sala donde el tribunal nos evaluaba, vi al señor del chiringuito como jurado, el corazón me dio un vuelco, y la vergüenza me invadió por la casualidad y la causalidad, me daba la sensación que estaba desnuda ante él.
En ese momento se levantó, se acercó a mi mesa y dando unos golpecitos en ella, nos dijo a todos:
-Estimados alumnos, hoy es un gran día, no lo desaprovechen y escriban el mejor relato de sus vidas.
Escribí extasiada sobre el amor, los prejuicios y los encuentros casuales, las palabras derrochaban poesía, derramando sensibilidad y sencillez, creando música con ellas y transportando mis emociones en un carrusel de color y un toque de locura.
Aprobé el curso, con una buena nota y referencia de mis profesores. Me mudé a los Ángeles, ordené mi vida y me propuse la meta de escribir novelas, como mi prioridad.
Cinco años más tarde y con 3 novelas publicadas, volví a Las Palmas para ver la familia y cuando pasé por el chiringuito, me pareció ver la silueta del señor, me acerqué con incredulidad.
Allí estaba sentado, con su camisa blanca de manga corta, leyendo mi novela. Levantó la cara y nuestras miradas de fundieron en pura emoción.
-Muchas felicidades por tu trabajo- me dijo, como si nos hubiéramos visto ayer.
-Gracias a ti, – le contesté emocionada- empecé a ver, respirar, saborear a través de las palabras y crear en cada momento y me funciona.
Marta Tadeo
Relato publicado en la escuela de Carmen Posadas
http://www.yoquieroescribir.com/blog/pagina-en-blanco-marta-tadeo/relatos-alumnos-taller-escritura/escritura-creativa-relatos-alumnos-taller-escritura/2019/09/
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