Apostados en un nido junto a nuestra ametralladora oteamos el horizonte en busca de aviones enemigos. Las ráfagas surgen a chorros apuntando a los aviones que nos sobrevuelan. Seguimos órdenes, hace tiempo que ya nos cuestionamos nuestras acciones pero por miedo no decimos nada a nuestros superiores. Sus caras nos reflejan dudas y temor, un nerviosismo que antes no tenían. Hacia nosotros las órdenes son clara, no abandonar nuestro puesto, disparar a los aviones que nos sobrevuelan. Cada vez tenemos menos armamento y más horas de soledad.
Hasta el último momento continuamos disparando, pero nos quedamos sin balas y nuestros superiores no dan señales de vida.
Nos miramos a la cara, sin saber muy bien que decir, mi compañero tiene la fatiga grabada en sus ojos y espera que yo le dé las instrucciones, hace tiempo que dejó de pensar por si mismo, solo cumple órdenes. El cielo lo sobrevuelan unas ocas, en formación triangular.
-Nos tenemos que ir, le digo.
-¿Y las armas?, me pregunta.
-Las dejamos, ya no nos sirven.Tenemos que cruzar la frontera, coge tus cosas y marchemos.
Nuestro uniforme está viejo y roto pero es lo único que tenemos de abrigo, por el camino pasamos granjas, en una de ella robamos ropa y algo de comida, estamos hambrientos. Enterramos nuestro uniforme viejo, nos abrigamos con ropa de granjero. Tenemos frío y hambre, miedo y soledad. Lejos nos quedan los días de gloria cuando creíamos y luchábamos por la libertad, cuando pensamos que nuestra lucha era la correcta, que ganaríamos, que el pueblo se alzaría en contra de la opresión. Seguimos más oprimidos que nunca, y hemos perdido la guerra, atrás quedan los discursos de nuestros líderes. Donde se habrán escondido, a Venezuela.
Parece que mi compañero me lee los pensamientos, me pregunta si nos marcharemos a Venezuela, le contesto que no, no tenemos dinero para el trayecto, solo tenemos lo que llevamos puesto y la experiencia de una guerra atroz, las imágenes de muerte han quedado grabadas en nuestra mente y aparecen sin avisar en cualquier momento, incluso el ruido, el olor a sangre, ….
Nos iremos a Francia, cruzaremos la frontera.
Los pueblos parecen fantasmas, la gente anda con bultos en la espalda, niños, ancianos, mujeres arrastran sus bienes, con la cara grabada del horror, con los ojos vidriosos del hambre y del frío. No hay fuerzas para ayudar al que queda rezagado, o sigues o mueres.
Andamos por pueblos vacíos, nos sentimos observados , pero nadie nos acoge. Entramos en un hostal, la mujer nos indica un gesto que la sigamos, está asustada. Nos deja dormir esa noche en el suelo de la cocina, mañana nos tenemos que ir. Agradezco haber aprendido francés para poder entender mínimamente lo que me dice y mis lágrimas brotan de mis ojos, hoy podremos comer y dormir en un lugar caliente, mañana el destino nos dirá.
Marta Tadeo
Las voces de los fantasmas sin descanso
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