Me dirigí al Capo Testa en Cerdeña, en busca de las ruinas de una cantera romana. En el camino me perdí, no hallé las ruinas , pero en su lugar me encontré sumergida en un paisaje lunar, de ensueño, donde un faro se mostraba erguido guiando a los barcos por el estrecho de Bonifacio. La imagen se me quedó grabada en la retina, a mi alrededor las piedras graníticas formaban un inquietante paraje donde la erosión del aire y el mar durante 300 millones de años, habían esculpido esculturas naturales únicas en todo el mundo. Parecía un mar caprichoso de piedras, con formas redondeadas y blancas, sin ninguna pauta ni regla, sólo la tierra había dejado pasar a través suyo al oleaje furioso y al fuerte viento. Una danza preciosa, en un tiempo detenida, a la mirada del ser humano, que vive rápido y que muere pronto. Un baile donde los elementos más duros habían cedido en formas más dulces, lo blando había transformado lo rígido y lo húmedo había perfeccionado los detalles a unos límites de belleza suprema.
Mi mirada se posaba en cada rincón y mis pasos me dirigían entre un laberinto de rocas blancas .
Allá en lo alto se hallaba el faro, quieto, mudo bajo el sol o la negra noche, guiaba a todos aquellos que necesitaban un punto de referencia, una orientación para no perderse, para no naufragar y continuar su travesía.
Delante de mí la imponente mole de Córcega se presentaba contundente con sus acantilados de vértigo y su mar en calma.
Me dirigí pensativa hacia el faro, mi mente se fue hacia un símil en las vidas de las personas cuando necesitan una guía y una luz para poderse orientar o bien dejarse perder. Y allí continuaba el faro con su luz y su oscuridad.
Mi mente inquieta me llevó hasta una época en mi vida que ninguna luz parecía alumbrar mi destino, pérdida rastreaba donde poder apoyarme y descansar, pero no lograba encontrar el sentido de mi existencia y el alcohol y las drogas no ayudaron en mi despertar.
Subía ensimismada sobre los recuerdos amargos de esos tiempos locos y en cada paso que me dirigía a la cumbre, mi ánimo fue mejorando, mis pies empezaron a correr, como si tuvieran prisa por llegar, dejar atrás el pasado. Mi respiración se fue haciendo más rápida, un sudor cálido empezó a empañar mi espalda y una sonrisa emergió tímida en mi rostro. Corrí, casi sin aliento, hacia arriba, sin mirar atrás y en la cima, una poderosa carcajada surgió de mi interior. Lo había conseguido, por fin, todo mi cuerpo y mi mente comprendió que era feliz y me gustó.
El faro, solo
alumbra por igual
a todos.
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