La Gran Guerra dura ya demasiados años, lemurianos y atlantas luchan sin tregua en una escalada de violencia sin precedentes. Ciclos de disputas severas hizo que la guerra fuera la única alternativa posible. Las matanzas y la crueldad que se desató provoco una forma de pensamiento en la cual la guerra era patente en todos los seres, el sentimiento del miedo recubrió a todos por igual, matando lo más intrínseco de cada uno, la ilusión, la esperanza, la paz.
Cabizbajos lemurianos y atlantas se enfrentaban a diario en una lucha sin fin, con el armamento más sofisticado en tecnología termonuclear. Una lucha terrible en los que se enfrentaban las civilizaciones más desarrolladas, unas luchaban por las ansias de poder y control sobre la tierra, los otros como guardianes de la sabiduría y la honestidad defendían los conocimientos adquiridos para que no fueran mal utilizados por la vanidad y la soberbia.
Los encuentros diplomáticos eran saboteados por ambas partes, reacios a confiar en el enemigo. La era del miedo se apoderó de todos, desconfiando de todo aquel que no fuera un igual, un hermano. Ante tal recrudecimiento de las batallas, los sabios lemurianos y atlantas predijeron que la Tierra no iba a aguantar mucho tiempo más, desembocando a un cambio climático drástico y movimientos geológicos que hacían peligrar los asentamientos de ambas partes.
Lemuria, haciéndose consciente que la guerra terminaría con el exterminio de su civilización se apresuró a realizar refugios para que una parte de los supervivientes a la guerra pudiera subsistir después del cataclismo. Se dejaron guiar por la devas y los seres marinos para asignar los lugares más seguros en la Tierra. Ingeniaron refugios en las más altas montañas, túneles y refugios debajo del lecho marino, y estudiaron la posibilidad de establecer colonias en los planetas conocidos Venus, Ganimedes y las aún jóvenes Pléyades.
Habían previsto unas instalaciones apropiadas para vivir el tiempo suficiente hasta que la superficie de la Tierra se volviera más estable y volver a asentar la ciudad. Predicciones que se hicieron tarde, ya que al ritmo que se hacían los refugios y la aceleración de las reacciones terrestres hicieron constatar que no todos los supervivientes tenían cabida en las instalaciones previstas. Se realizó entonces una lista para indicar a cada uno de los lemurianos el refugio asignado y también se designó a los que se quedarían en la ciudad para poder acompañar y guiar a sus hermanos a la muerte.
Se apresuraron a introducir todo su saber en cristales de cuarzo, designando quien serian los guardianes del saber más antiguo de la Tierra. De este modo, se aseguraban que el conocimiento y las habilidades conseguidas perpetuarían en las próximas generaciones.
Por aquel entonces, las conexiones galácticas habían desaparecido, yéndose las últimas naves hacia las Pléyades y otros sistemas amigos.
La ciudad se sumió en el más intenso de los silencios, esperando así la señal que indicaba el fin de sus días y el inicio de otra era.
-¡Otro ataque Alexia!- me grita despavorida Flor. Su cara era el espejo de años de terror reflejando profundos surcos en sus mejillas. Los ojos, antes brillantes y risueños, eran ahora como dos lucecitas apagadas y hundidas.
-No- le susurró- estoy harta de esconderme.
-Alexia- la voz de la abuela suena contundente. Ha llegado la hora, se prevén los terremotos en cuestión de horas. Ha llegado el momento.
Se calla y baja la mirada al suelo, como avergonzándose y culpabilizándose de todo lo ocurrido. Lágrimas recorren su rostro cansado.
Mira por mi ventana una vez más, como si fuera a despedirse de las vistas que le han acompañado hasta hoy. El cielo es azul añil, surcado por las nubes blancas de algodón. Al fondo el arcoíris brilla en su esplendor.
¿Cómo es posible que haya ocurrido?, ¿cómo hemos dejado que ocurra tal desastre?
Sentada enfrente de el escritorio mirando por la ventada siente como su abuela se acerca. Apoya su mano en su hombro mientras contempla el paisaje idílico. Llora amargamente sin consuelo, convulsionando su cuerpo frágil.
-No, abuela, no pienso ir- le suplica, mientras levanta la cabeza para encontrarse con su mirada.
-Alexia has de ir, no por ti, sino por todos.
-No quiero abuela, no quiero marcharme sola sabiendo que todo se va a destruir sobre mí.
-Es importante Alexia que no te demores, no debes exponerte a peligros de manera banal.
-No quiero morir como un animal encerrado, no quiero.-le grita
-Tu lucha está más allá de nuestra muerte, más allá de lo que conoces.
-Abuela- se estremece alzándome hacia el techo poniendo al descubierto su cuerpo dorado. Una luz verde esmeralda emerge de su frente.
-Alexia, es la señal, nuestro mundo no aguantará mucho tiempo. Has de irte mi niña.
Bajó hasta su abuela fundiéndose en un abrazo.
En el exterior se empiezan a oír los cantos de los lemurianos que no pueden ir al refugio, para afrontar la muerte inminente sin tanto sufrimiento. Para que la devastación no quede impregnada en la memoria celular, canta los mantras y notas más hermosas que jamás había oído, cantan con todo su amor porque aún no han perdido todas las esperanzas de vivir en un mundo mejor.
Sacerdotisas y sacerdotes se unieron en un círculo de poder para pedir a los maestros ascendidos que los ayudaran a pasar el tránsito hacia el espíritu. Mientras Alexia se dirige al vehículo que me conducía a las entrañas de la Tierra, miles y miles de seres bajaron a la tierra a ayudarlos a elevar sus almas. Un sinfín de luces tiñeron el cielo azul subiendo hacia la inmensidad del infinito mientras las aguas del mar iban sumergiendo las ciudades, casas, palacios, templos, jardines… todo el mundo sumergido por las aguas que un día les dio la vida.
El Ciclo de vida y muerte y vida, siguiendo la rueda de la existencia.
Una gran ola sumergió al completo todo el exterior derribando y destruyendo a su paso. Los cantos eran inaudibles y solo quedaba la desolación. De las grandes montañas asomó simplemente las puntas quedando como islas alejadas lo que antes fue una civilización.
El vehículo donde viajaba Alexia no falló en el trayecto más duro de su existencia. En su corazón sentía cada uno de los seres que dejo atrás. Voces, sentimientos, emociones de despedida de gratitud de aliento, iban y venia en su ser. Sentió como su corazón se rompió en mil pedazos al sentir como los vínculos con mi familia se iban rompiendo, como se quedaba huérfana y sin sustento.
Encima de ella oían los edificios ceder ante la furia del mar, todos los pilares, los lugares de poder y el centro galáctico quedó a cientos de metros por debajo del mar.
Autora: Marta Tadeo
Foto : Marta Tadeo
Comentarios