En un país lejano, en un tiempo remoto nació un príncipe mongol, el más esperado de todos los tiempos ya que su nacimiento vaticinó grandes propósitos para aquel bebé.
El niño creció feliz y sano, alegre y juguetón, inteligente y tenaz, tenía todas las cualidades que se podían esperar de un príncipe, sólo había un hábito que a la familia le inquietaba. En cuanto al niño se le ponía un zapato empezaba a llorar sin consuelo alguno, probaron de todos los tipos, telas y pieles, y ninguno daba resultado. El príncipe lloraba sin remedio y en cuanto podía ,cogía el zapato y se lo quitaba de su piececito.
Los consejeros y la familia acabaron muy preocupados, ya que con el tiempo el problema se agravó. El pequeño príncipe cuando veía un zapato en alguien se ponía a llorar y no podía remediarlo. Fueron a verlo los más grandes brujos y sanadores, sacerdotisas y médicos de los tiempos y ninguno pudo darle remedio su mal.
Así fue como ante tal dificultad, decretaron una ley para todo el reino en el cual se prohibía el uso de zapatos. Con el temor que alguien se los pusiera y pudiera ofender al príncipe se organizaron patrullas del imperio, las cuales revisaban los hogares de la población en busca de algún zapato. Si era encontrado se quemaban en grandes fogatas en medio de las plaza, anunciando a voces la familia que había deshonrado al príncipe.
El príncipe así creció feliz, sin ver ningún zapato.
Un día en los jardines de su palacio le llamó la atención una chiquilla, no tendría más de 13 años que bailaba de un modo muy extraño. Cautivado por la canción que cantaba y su danza, se acercó cauteloso, sin ser oído para no asustar a la muchacha. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se quedó fascinado por sus pasos de baile y por lo que llevaba la muchacha en los pies. Con más curiosidad que tacto el príncipe salió de su escondite y le preguntó a la muchacha que llevaba en los pies.
La chica asustada se puso a correr. Los guardias al verla la prendieron y más cuando se dieron cuenta que llevaba unas zapatillas de baile.
- ¡Dejarla! - gritaba el príncipe -¡dejarla en libertad!.
Los consejeros rodearon al príncipe y le aconsejaran que dejara a la muchacha que era una bruja malvada y sin piedad.
El príncipe consternado por la historia desde esa noche no descansó en paz. Recordaba a la muchacha cantando y bailando y no podía creer que fuera ninguna bruja.
Al día siguiente fue a hablar con su madre y le preguntó entre lágrimas que había sido de aquella chica. La madre incapaz de mentir a su hijo le dijo que la muchacha había sido desterrada.
El príncipe dio un salto y abrazó a su madre.
-Gracias mamá,- le dijo, voy a salir a buscarla.
Fue imposible detener al príncipe, que salió esa misma tarde en busca de la muchacha.
En cuanto salió del territorio de su imperio el príncipe le sorprendió que las personas llevarán esos artilugios en los pies, y pensó que a la muchacha le gustaría poseerlos ya que también los llevaba ella. Así compro todos los zapatos con los que se cruzó, zapatos de piel, de tela, de cristal, de cuero, ….
Pasaron las semanas y el príncipe no encontraba a su amada, eso sí, conseguía una multitud de zapatos. Una noche mirando las estrellas le pidió a la Luna si podía ayudar a encontrarla, que si la encontraba le compraría los zapatos más elegantes de todos los tiempos.
Entre sueños el príncipe se durmió con la canción que tanto anhelaba cuando se dio cuenta que no eran sueños, sino que la escuchaba de verdad. Se dirigió con entusiasmo hacia la voz y allí encontró a la muchacha de piel canela y larga melena, bailado y entonando la canción de sus sueños.
-No te asustes bella dama - le dijo el príncipe -ningún daño te voy a hacer. Mi corazón se ha enamorado de tu esencia y quiero, si te place que me acompañes a mi palacio. En mi larga travesía para complacerte, he comprado todos los zapatos que he visto para ti, para que puedas ponerte los que más te gusten.
La muchacha vio la colección de zapatos más hermosa que jamás había imaginado y se emocionó.
El príncipe al ver sus lágrimas de emoción le preguntó entonces.
¿Qué zapatos te vas a poner?
Ella le cogió de las manos y le contestó:
-Para bailar me pondré las zapatillas de baile, para correr las zapatillas de piel y para vivir a tu lado iré descalza, para poder la vivir en libertad.
El niño creció feliz y sano, alegre y juguetón, inteligente y tenaz, tenía todas las cualidades que se podían esperar de un príncipe, sólo había un hábito que a la familia le inquietaba. En cuanto al niño se le ponía un zapato empezaba a llorar sin consuelo alguno, probaron de todos los tipos, telas y pieles, y ninguno daba resultado. El príncipe lloraba sin remedio y en cuanto podía ,cogía el zapato y se lo quitaba de su piececito.
Los consejeros y la familia acabaron muy preocupados, ya que con el tiempo el problema se agravó. El pequeño príncipe cuando veía un zapato en alguien se ponía a llorar y no podía remediarlo. Fueron a verlo los más grandes brujos y sanadores, sacerdotisas y médicos de los tiempos y ninguno pudo darle remedio su mal.
Así fue como ante tal dificultad, decretaron una ley para todo el reino en el cual se prohibía el uso de zapatos. Con el temor que alguien se los pusiera y pudiera ofender al príncipe se organizaron patrullas del imperio, las cuales revisaban los hogares de la población en busca de algún zapato. Si era encontrado se quemaban en grandes fogatas en medio de las plaza, anunciando a voces la familia que había deshonrado al príncipe.
El príncipe así creció feliz, sin ver ningún zapato.
Un día en los jardines de su palacio le llamó la atención una chiquilla, no tendría más de 13 años que bailaba de un modo muy extraño. Cautivado por la canción que cantaba y su danza, se acercó cauteloso, sin ser oído para no asustar a la muchacha. Cuando estuvo lo suficientemente cerca se quedó fascinado por sus pasos de baile y por lo que llevaba la muchacha en los pies. Con más curiosidad que tacto el príncipe salió de su escondite y le preguntó a la muchacha que llevaba en los pies.
La chica asustada se puso a correr. Los guardias al verla la prendieron y más cuando se dieron cuenta que llevaba unas zapatillas de baile.
- ¡Dejarla! - gritaba el príncipe -¡dejarla en libertad!.
Los consejeros rodearon al príncipe y le aconsejaran que dejara a la muchacha que era una bruja malvada y sin piedad.
El príncipe consternado por la historia desde esa noche no descansó en paz. Recordaba a la muchacha cantando y bailando y no podía creer que fuera ninguna bruja.
Al día siguiente fue a hablar con su madre y le preguntó entre lágrimas que había sido de aquella chica. La madre incapaz de mentir a su hijo le dijo que la muchacha había sido desterrada.
El príncipe dio un salto y abrazó a su madre.
-Gracias mamá,- le dijo, voy a salir a buscarla.
Fue imposible detener al príncipe, que salió esa misma tarde en busca de la muchacha.
En cuanto salió del territorio de su imperio el príncipe le sorprendió que las personas llevarán esos artilugios en los pies, y pensó que a la muchacha le gustaría poseerlos ya que también los llevaba ella. Así compro todos los zapatos con los que se cruzó, zapatos de piel, de tela, de cristal, de cuero, ….
Pasaron las semanas y el príncipe no encontraba a su amada, eso sí, conseguía una multitud de zapatos. Una noche mirando las estrellas le pidió a la Luna si podía ayudar a encontrarla, que si la encontraba le compraría los zapatos más elegantes de todos los tiempos.
Entre sueños el príncipe se durmió con la canción que tanto anhelaba cuando se dio cuenta que no eran sueños, sino que la escuchaba de verdad. Se dirigió con entusiasmo hacia la voz y allí encontró a la muchacha de piel canela y larga melena, bailado y entonando la canción de sus sueños.
-No te asustes bella dama - le dijo el príncipe -ningún daño te voy a hacer. Mi corazón se ha enamorado de tu esencia y quiero, si te place que me acompañes a mi palacio. En mi larga travesía para complacerte, he comprado todos los zapatos que he visto para ti, para que puedas ponerte los que más te gusten.
La muchacha vio la colección de zapatos más hermosa que jamás había imaginado y se emocionó.
El príncipe al ver sus lágrimas de emoción le preguntó entonces.
¿Qué zapatos te vas a poner?
Ella le cogió de las manos y le contestó:
-Para bailar me pondré las zapatillas de baile, para correr las zapatillas de piel y para vivir a tu lado iré descalza, para poder la vivir en libertad.
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