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El palacio de cristal

En la ciudad del mar nació un día la sirena más bella que jamás había existido. Era tal su belleza que todos los seres marinos hablaban de ella con gran admiración. La pequeña sirena creció adulada por sus atributos y no se cansaba de exhibirse. Le encantaba ver la cara de los que la admiraban y se sentía atraída por las miradas de deseo que suscitaba. Era tal su afán por estar más bella que una noche de luna llena salió del mar y encaramándose a una roca le suplicó a la luna ser aún más bella, tanto o más que la propia Luna, para que todos los seres, no solo los marinos sino todos, pudieran admirar su singular belleza. Tal fue su énfasis en el deseo y su inquietud en el corazón que en ese mismo instante bajo un Ángel de la Luna y le preguntó:
-Pequeña sirena he oído tu rezo, ¿es cierto qué quieres convertirte en el Ser más bello de la Tierra?
-¡Oh, sí Ángel -respondió la sirena- así es, soy muy bella pero quiero que mi belleza pueda ser admirada por todos.
-¡Así será entonces!
En ese momento una gran luz bajó e iluminó a la sirenita convirtiéndola en el cristal precioso más bello que jamás hubiera existido en la Tierra.
La sirena encajonada en su prisión de cristal miró al Ángel y le preguntó:
-¿Qué has hecho? ¡Soy un cristal y no puedo moverme!
-Pequeña sirena te has convertido en el ser más bello de la Tierra, tal y como tú querías. Serás alabada y admirada por todos los seres que habitan la Tierra. Tus destellos y tu luz embriagará a los corazones de quién se acerquen y todos querrán mirarte.
-Si Ángel, así es y no lo dudo -respondió la sirena- pero no puedo moverme, no puedo respirar, no puedo abrazar, ni sonreír, no puedo besar, no puedo comer, no puedo tocar ni cantar. ¿En qué prisión estoy?
El ángel sosteniéndola entre sus manos, le susurró:
-Te has convertido en lo que querías, sólo el corazón de un ser que arriesgue la vida por ti y luego sea capaz de dejarte libre podrá liberarte de tu propia prisión de cristal.
Así fue como el ángel se alejó del lugar dejando a la sirena en aquella roca.
Fue tenida por muchos reyes, emperadores, zares y magos, todos ellos la colocaron en el lugar más bello y lujoso de palacio, pero ninguno de ellos la dejó en libertad.
Con el pasar de los años, la pequeña sirena incluso olvidó quién era y su brillo fue aminorando. Fue olvidada en algún cajón y luego mal vendida a un anticuario donde permaneció décadas entre polvo y escombros.
Un día en la tienda del viejo bazar entró un joven, un muchacho espabilado e inteligente con una luz marina en sus ojos avispados. El muchacho le gustaba frecuentar la tienda del viejo árabe, le preguntaba de dónde era aquello, de quién fue, de qué estaba hecho y se pasaba las tardes escuchando las historias que el árabe le contaba entre te y te. Un día le explicó la historia del cristal más bello jamás tallado y del brillo más espectacular que haya existido siendo la prisión de una alma de una sirena. El joven miró el cristal mate y sucio y en su interior vió como una lucecita se encendía. El árabe le explicó que había sido la joya de reinas y zarinas, de las más grandes mujeres y hombres de los reinos más ricos. El joven enamorado del cristal quiso comprarlo y el árabe se rió a carcajadas respondiéndole:
-El valor del cristal es mucho más de lo que posees, pero si me das tu casa, tus bienes y todo tu dinero te la venderé con gusto.
El muchacho se fue de la tienda totalmente desencajado, como iba a darle todo lo que tenía, como iba a vivir si le daba todo por un pedazo de cristal.
Esa noche el muchacho soñó con una canción hermosísima, entonada como los ángeles, pero muy triste. Su melancolía hizo que despertara de golpe del sueño entre el sudor frio que le empapaba la frente. Al día siguiente no fue a la tienda intentando así olvidar aquel cristal, pero por la noche volvió a soñar con la canción y con una sirena que le envolvía en sueños.
Tras tres días sin poder dormir, ni comer, ni pensar fue a la tienda del árabe y le dio todo lo que tenía a cambio del cristal.
El árabe gozoso accedió y le dio su tesoro.
-Has hecho bien muchacho, verás que la suerte te va sonreír.
Por la noche bajo el umbral de estrellas que coronaba el cielo del desierto se miraba el cristal y acariciándolo le dijo.
-No temas mi bella dama, cuidaré de ti.
Durmió tranquilo el joven con su cristal y por la mañana su suerte cambió de repente. Un jeque árabe amigo de su familia le ofreció ser su consejero personal llevándolo con él. El joven no daba crédito a lo que le ocurría y en poco tiempo amasó una gran fortuna.
En su nuevo palacio se miró a su cristal y pensó que había hecho bien en comprarla y que jamás de desprendería de ella.
Durante esa noche soñó una vez más en la triste canción y su pesar.
Entre sudores se levantó y miro al cristal.
-¿Qué puedo hacer por ti, dime dulce dama? – le preguntó.
-Libérame de mi prisión y lánzame al mar a mi hogar – lo rogó entre llantos la sirena desde el fondo del cristal.
El muchacho conmovido por la plegaria y con gran pesar al día siguiente realizó su deseo.
Se dirigió al mar y encaramado en una roca saliente el muchacho gritó:
-Yo te libero – y la lanzó lo más lejos que su fuerza le permitió.
Mirando al horizonte el joven pensó que era lo más estúpido que nunca había hecho y lamentándose de su acción se dio media vuelta y se decidió a alejarse del mar.
Una canción entonces empezó a oír, era la canción de sus sueños pero en vez de triste era entonada con gran alegría.
Se dio media vuelta y se lanzó al mar en busca de aquella voz, se zambulló al fondo del lecho marino donde encontró al cristal roto y a su lado la sirena más bella de todos los mares.
Así fue como el muchacho encontró a su tesoro, el corazón enamorado de su amada sirena.
Dice la leyenda que el muchacho vive ahora en una casita al borde del mar donde se pueden oír las canciones más bellas jamás cantadas. Feliz vive junto a su sirena y a su mar.

Comentarios

Viestal ha dicho que…
Qué bonito, Marta, las ángelitas de la Luna te acompañan. Con cariño - Esther

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