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La Sala de Espera

Tenía la impresión surrealista que todo el entorno tenía relación conmigo. Era un efecto paranoico que me llevaba a pensar una y otra vez que todo lo que me ocurría tenía una razón de ser y no era nada casual. Mi cabeza daba vueltas sin retorno, en un bucle de ansiedad.
Me encontraba en una sala de espera de un hospital de la ciudad. Por suerte, puedo decir, que mi motivo de la visita al hospital no era mi estado de salud ni él de mi familia, sino que era por razones profesionales. ¡Muy a pesar mío!.
Mientras mi cabeza divagaba entre asiento y asiento y mi razonamiento daba por perdido el sentido de mi visita al hospital, me encontré por casualidad a Germán.
Germán es de la clase de personas, qué estés donde estés y te encuentres cómo te encuentres, siempre resulta muy agradable hablar con él, olvidas por unos instantes tus quehaceres diarios y te sumerge en su presencia alegre y jovial.
-¡Germán! – le llamo sin esconder mi entusiasmo- que alegría verte.
Me dirijo a él con los brazos abiertos, esperando recibir su abrazo afectuoso.
-Remedios, ¡qué guapa estás!
Nos abrazamos entre saludos, besos y achuchones.
-¿Qué te trae la vida por este rincón de mundo?- me pregunta con sus ojos avispados.
-Pues, te explico- se me reseca un poco la garganta, no me gusta demasiado hablar de mi- a pesar de lo poco que me gustan los hospitales, la vida me ha llevado a trabajar en uno de ellos, espero hacer una entrevista – le respondo con cierto desazón.
Mi aversión por los hospitales era algo conocido en la facultad, llamaba la atención tanto a profesores como compañeros de estudio que me estuviera formando en el área sanitaria. Mis notas eran estupendas y mi interés por la salud era insaciable. A pesar de ello, entrar en un hospital me repercutía de inmediato tales retortijones de estómago que no podía evitar ir al lavabo unas cuantas veces. Mi aprehensión por los espacios cargados de tensión y los pasillos interminables con ese olor aséptico, hacia que mi vértigo me causara malas pasadas desmallándome allí donde me encontrara. Que decir tiene, si tenía que entrar en el hospital como paciente, sólo pensarlo se me eriza el vello de mi espalda.
-¿En serio?- Germán abre los ojos de asombro- ¡Qué maravilla!, es una gran noticia. Pues si quieres, mientras esperas, te explicaré una historia que se que te gustará.
-Gracias Germán- me ayudarás así a aliviar mi tensión.
-Me contaron- inicia el relato- que existe un hospital que alberga en su interior un gran secreto.
-¿Un secreto?- repito incrédula- poco secreto tiene la sanidad de hoy en día, con tanto informe y burocracia. Pero, continua, por favor, no quería interrumpirte.
-Gracias- hacia una reverencia jocosa de juglar- Cuentan que en ese hospital, tienen una norma que jamás nadie puede saltarse. Se dice que el director médico es un fanático de la cirugía y son los especialistas cirujanos más expertos del país. Poseen unos quirófanos más emblemáticos y más modernos que cualquier hospital, siendo envidiados por sus congéneres. Los futuros cirujanos estudiantes se dan de bofetadas para realizar su especialización en dicho hospital.
La historia no acaba aquí, el director es un personaje muy peculiar. Dicen los rumores que el director posee una gran experiencia y formación en hospitales de todo el mundo, conociendo también la medicina oriental, llegando convertirse en un virtuoso del bisturí. A pesar de su dilatada experiencia y su sobrada preparación, pensaba que le faltaba algo importante que aprender y sin saber que era lo que buscaba, se centró en una carrera desesperada para encontrar la esencia de su trabajo y mejorar su técnica. Esa búsqueda le llevó a una pérdida de razón de la medicina y como se suele decir “colgó el bisturí” retirándose de su ajetreada vida para sumir se en un retiro, al margen de la sociedad. Cuentan los más allegados que allí, el médico tuvo una visión, que le otorgó el poder de la compasión y la percepción clarividente del mal que sufría cada persona.
-¡Ufff!- suspira Germán -, el pobre hombre se volvió majara. La visión que tuvo le condujo a la locura al poder percibir lo que tanto anhelaba. Destrozado por la certeza de lo que sentía se propuso iniciar una nueva versión de la medicina, ayudando a sus pacientes con su técnica y con su corazón. De este modo empezó a trabajar en lo mejor que sabía hacer, que era diagnosticar y operar, con un ingrediente añadido: el del amor y la compasión. Así fue como su reputación subió como la espuma, siendo su nombre conocido y respetado por todos los médicos del mundo.
-¡Vaya, vaya! – exclamo sorprendida- Parece de cuento de hadas, es realmente fascinante.
-Pero la cosa no acaba aquí- continua acercándose más a mi – Dicen que ahora, él mismo supervisa todas las intervenciones que se llevan a cabo y presta la misma atención y entrega, como los artistas delante de sus obras de arte.
-¡Qué interesante Germán! Ha encontrado la misión de su vida- reflexiono para mí.
-Eso sí- continua - dicen que es muy estricto, y no deja pasar ni un error. La misma excelencia que se exige a sí mismo, la exige a los demás. Lo que más le cabrea es detectar falta de interés en alguna intervención. En ese momento es capaz de echar al alumno de la sala, sin darle oportunidad alguna. Su lema es que en la vida uno se ha de entregar en cuerpo y alma a su tarea, sin distracciones fútiles.
- ¿Pero cuál es el secreto del que me hablabas al principio? ¿Cuál es su secreto?- le pregunto intrigada.
-El secreto es que el médico antes de intervenir o hacer cualquier exploración se centra en la persona y para sus adentros le pide a la persona y a su alma, permiso para poderle explorar y sanar su mal. De esta forma sus intervenciones son magistrales. Quien lo ha visto trabajar asegura que su técnica es perfecta y la maneja con escrupulosa maestría y respeto, desconocido hasta el momento.
-¡Jesús!- exclamo de alegría- ¿quién es ese médico? Quiero conocerlo.
Ten paciencia- me advierte Germán- lo conocerás a su debido tiempo, nunca hay que forzar nada. Eso sí, te aseguro que conocerlo nunca te deja indiferente.
-¡Fascinante! Estoy totalmente enamorada de su trabajo solo con contármelo. Sería un regalo para la medicina tener esta visión más global de la persona y no sólo verla como carne, órganos, nervios y vasos sanguíneos, sino tratarla en su unidad como persona y alma.

Un silencio cómodo surge entre nosotros.
-Ha pasado un ángel- rompe el silencio Germán. ¡Estás muy guapa, Remedios! El color carmín en tus labios te favorece mucho.
-Gracias Germán- me ruborizo ante sus halagos. Es un placer hablar contigo.
Solo me falta algo en el cuento- ¿cuál es la norma que nadie puede saltarse?- le pregunto de manera inocente.
-Bravo Remedios- exclama entusiasmado- esta es mi chica inquieta y despierta, que no se le escapa ni una.
-Escucha Remedios, - me confiesa a media voz- la norma que ha impuesto en el hospital es que todo médico y todo el personal deben, cada cual con su credo y sus valores, respetar y pedir permiso al paciente y a su espíritu para ayudarlo.
Eso sí, - le sale una carcajada sonora- es tan eficaz el método, que la gente dice que cuando entras en urgencias en ese hospital, para algo en principio banal, acabas operado o bien te encuentran alguna enfermedad grave de la cual desconocía. Las estadísticas no engañan. Ese es el precio a pagar ante la efectividad del método.
-Genial- exclamo asombrada.
-Así- continua explicándome- quien ingresa en hospital es por alguna razón que la persona no es consciente, pero su alma se lo pide a gritos, siendo el médico la persona que ayuda a la persona y su alma a encontrar el equilibrio que han perdido.
-Que historia más bonita Germán, te agradezco de corazón que me la hallas contando. Pero me queda una pregunta más por hacerte, si no es mucha mi indiscreción, ¿qué haces en el Hospital?

Soy el Director médico.



Marta Tadeo
12 de mayo de 2010

Comentarios

Viestal ha dicho que…
Qué historia tan bonita! debería ser cierta. Acabo de perder a mi padre tras una larga enfermedad con muchos ingresos, intervenciones y una terrible agonia. El hospital que describes debería existir... ese director debería existir... esa mentalidad de todo el personal debería existir. Es humillante lo pronto que dejamos de ser "personas" en cuanto nos fagocita el sistema sanitario. Un abrazote - Esther

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