“Era una tarde lluviosa de otoño. Elba conducía rápido, quizás demasiado rápido, aducida por las prisas de todo el día, seguía acelerada para llegar antes a casa, hacer la cenar, duchar a las gemelas, llegar a la cama antes de las doce y quizás leer uno o dos páginas del libro que Daniel le había regalado para Sant Jordi y aún no había tenido el tiempo de abrirlo.
La lluvia se intensificó y obligó a Elba conducir más despacio, la luna del coche empezaba a empañarse dificultando la visión aún más. Un perro cruzó la carretera de repente y Elba tuvo esquivarlo derrapando en la calzada mojada. El coche se paró justo delante de una marquesina de un autobús. Elba respiraba agitada, el corazón le latía con fuerza, tuvo suerte de no acabar en la cuneta.
—Señora, ¿está bien?
Un chico joven, moreno con una capucha y tejanos había golpeado la ventanilla preocupado por el estado de Elba.
—Sí, gracias, se me ha cruzado un perro.
—No, era un zorro, ha saltado de la calzada para desaparecer en el bosque.
—Un zorro, solo me faltaba eso.
Elba se miró al chico que estaba mojado bajo la lluvia incesante.
—¿Esperas un autobús?
—Sí, pero con esta tormenta van con mucho retraso.
—¿Quiéres que te acerque a algún sitio?, ¿donde vas?
—En serio, gracias, voy al próximo pueblo, Vilanova del Camí, me harías un gran favor.
El chico dio la vuelta y se metió en el coche, Elba se lo miró un poco desconfiada. Dejó la mochila en el suelo y sacó un libro de debajo del chubasquero.
—El Arte de Morir, de Osho, un libro muy inspirador —dijo de manera irónica Elba acabando de leer el titulo del libro.
—Es un libro fascinante, Osho explica a través de cuentos lo importante de la vida, que saber morir significa saber vivir de verdad.
Elba arrancó el coche y fijó la mirada en la carretera.
—Parece un título muy deprimente.
—Para nada, te das cuenta de lo importante que es estar presente en nuestra vidas, no esperar un futuro mejor, sino aprender a vivir cada día y agradecer,… pero creo que estoy siendo un poco pesado. Lo siento —el chico agarró el libro y se quedó callado.
—¿Dónde quieres que te dejé?
—En la carretera está bien, después del segundo semáforo.
—¿Vives en la urbanización?
—Sí, pero me puedes dejar en la carretera, subiré corriendo.
—No me va de unos minutos —y encarriló el coche hacia arriba de la montaña.
—La primera a la derecha, recto y a la izquierda.
Elba siguió las indicaciones y frenó delante de una casa sencilla blanca de una planta.
—Muchísimas gracias, señora —el chico abrió la puerta y cogió su mochila.
—¿Le puedo hacer un regalo?
Elba lo miró paralizada y asintió con la cabeza.
—Le regalo el libro, espero que le inspire a una vida mejor—y cerró la puerta del coche dejando a Elba con el libro en sus manos.
Fue entonces cuando el teléfono empezó a sonar.
—¿Cariño, dime estás bien? —la voz de Daniel sonaba asustada.
—Sí, claro.
—Ha habido un derrumbe en la carretera, ha habido muchos coche atrapados y se ha generado un caos, por un momento pensé que tu podías estar en el accidente.
—No, bueno.., es que me he encontrado un chico,… un zorro se ha cruzado, y he frenado, y me ha regalado un libro.
—¿Estás bien? ¿parece que deliras? —la voz de Daniel tenía un tono de preocupación.
—Voy a casa, daré un rodeo por la urbanización.
—¡Gracias a Dios que estás bien, madre mía, Elba!—dijo a modo de despedida.
Elba colgó, en la casa blanca se encendió una luz y se apagó, se encendió y se apagó. Miró el libro, El Arte de Morir leyó en voz alta, quizás es momento de parase y leerlo.”
Premio Accésit AVV Sant Antoni Llefià
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