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El secreto


Lo tenía todo preparado, el corazón le latía con fuerza y su decisión era irrevocable. El agua caliente humeaba en la bañera, invitándola a entrar. Miraba fijamente como si quisiera alargar los últimos minutos de su vida. Se quitó el pijama de felpa, regalo de Carlos. Lo plegó y lo dejó con cuidado encima del taburete. Miró a su alrededor, todo estaba en orden y limpio. Un escalofrío le sacudió todo el cuerpo, las lágrimas asomaron por sus mejillas. Entró con el pie derecho, con cuidado. El agua estaba en la temperatura perfecta. Deslizó el otro pie dentro y se sentó de cuclillas, cogiéndose con fuerza las dos rodillas. En su mano derecha tenía la cuchilla, esperando paciente a cumplir su cometido. Miró a su alrededor y vio el pijama plegado de Carlos.

—Mira, Carlota, qué pijama tan bonito —le dijo Carlos parándose delante del escaparate.
—Sabes que me gusta dormir desnuda —le contestó mirando el pijama de corazones rojos y rosas.
—Te imagino con él en casa, cómoda y con tu barriga preciosa y gordita —la miró emocionado.
Carlota se tocó la barriga, puro instinto de protección y se cogió con fuerza al brazo de Carlos.
—Sí, es bonito —fue su respuesta no al pijama, sino a la imagen que se formó de ella embarazada y con Carlos a su lado.
—Vamos a comprarlo— tiró de ella hacia la tienda. Te haré una foto cada mes y veremos como tu barriga va creciendo.

Se dejó arrastrar por él, por su ilusión a pesar de que ella nunca antes había querido ser madre. Le horrorizaba el dolor, que su cuerpo cambiara tanto y sobre todo, pensaba que no iba a ser una buena madre, que no sabría que hacer con un bebé. ¿cómo podría hacerse cargo de otra persona si se sentía incapaz de cuidar de si misma?

Se despertó entre tubos. Le dolía mucho la cabeza. No recordaba nada. La luz era intensa, y le impedía mantener los ojos abiertos. A su lado una enfermera preparaba una medicación.

—Buenos días preciosa — le saludo con alegría. —¿Te duele la cabeza?.

—¿Dónde estoy?¿qué ha pasado?— le preguntó desconcertada.

—Carlota, estás en el hospital, aviso al médico para que venga a verte —le contestó mientras le colocaba el aparato en su brazo para tomarle la tensión.

—Yo..... — titubeó buscando la respuesta en su cabeza.

—Todo está bien, no te preocupes —la miró a los ojos sonriéndole.

—Pero.... —recordó el agua caliente teñida de sangre que salía a borbotones de las muñecas. —¿Qué ha ocurrido?.

—Tuviste mucha suerte, la mujer de la limpieza su olvidó las llaves de tu casa y volvió —la enfermera cogió aire y continuó —Te encontró en la bañera y pudo llamar a urgencias— bajó la mirada al aparato, para coger aire de nuevo—Estás perfecta de tensión, me llamo Judith y soy tu enfermera, ahora aviso al médico.

Carlota se puso las manos en la barriga y cerró los ojos. Pensó en Carlos. ¿por qué la vida se lleva a aquellos que no debe? ¿por qué sigo con vida? y el recuerdo de la fría cuchilla deslizándose por la piel, la golpeo de nuevo.

Era una noche de invierno y estaba en el sofá esperando a Carlos que le había dicho que volvería pronto, tenía una sorpresa para ella. El timbre del teléfono la asustó, miró el número. Era de una centralita y colgó. Las compañías de telefonía son muy pesadas ofreciendo descuentos en las llamadas y siguió leyendo. Al minuto volvió a sonar, Carlota deslizó su dedo por su móvil y descolgó:

—¿Señora Rodriguez? —preguntó una voz desconocida de mujer.

—Si soy yo —contestó temblorosa.

—¿Es usted la mujer del Señor Carlos Sánchez? —le preguntó.

—Si es mi marido —se inquietó.

—Su marido ha tenido un accidente de coche, está ingresado en el Hospital del Mar , por favor, puede venir si es posible acompañada de algún otro familiar o amigo. —le indicó.

El paso de los años habían convertido a Carlota en una mujer madura. Se vistió con cierta desgana, cogiendo las prendas con suma delicadeza.
La puerta se abrió de repente, y Clara entró con su rebosante energía que lo impregnaba todo.

—Mamá, ¿te gusta como me han peinado?— se miró en el espejo.

—Estas preciosa hija.

—Me encanta mamá, soy tan feliz. Gracias, eres la mejor madre. Te quiero— y la llenó a besos y abrazos.


Con el cuerpo rígido recibió el cariño de su hija, era tan parecida a Carlos, que en determinados momentos sentía el rechazo de aquello que nunca tuvo. La culpabilidad de no haber querido seguir con su vida y no permitirle la vida a ella. Un pesado detalle que siempre le ocultaría.

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