Ana salió de casa corriendo, miró el reloj. Llegaré tarde, como siempre. Con un portazo se despidió de Jorge que aún dormía plácidamente. Mientras bajaba en el ascensor, revisó su móvil y vio un mensaje de Miguel. ¿Qué querrá este ahora?. Leyó el mensaje rápido. El cabrón sabe cómo ponerme cachonda . Una sonrisa pícara se le escapó de sus labios. Se giró hacia el espejo. Puedo quedar hoy con Miguel y decirle a Jorge que tengo trabajo y volveré tarde a casa.
“Era una tarde lluviosa de otoño. Elba conducía rápido, quizás demasiado rápido, aducida por las prisas de todo el día, seguía acelerada para llegar antes a casa, hacer la cenar, duchar a las gemelas, llegar a la cama antes de las doce y quizás leer uno o dos páginas del libro que Daniel le había regalado para Sant Jordi y aún no había tenido el tiempo de abrirlo. La lluvia se intensificó y obligó a Elba conducir más despacio, la luna del coche empezaba a empañarse dificultando la visión aún más. Un perro cruzó la carretera de repente y Elba tuvo esquivarlo derrapando en la calzada mojada. El coche se paró justo delante de una marquesina de un autobús. Elba respiraba agitada, el corazón le latía con fuerza, tuvo suerte de no acabar en la cuneta. —Señora, ¿está bien? Un chico joven, moreno con una capucha y tejanos había golpeado la ventanilla preocupado por el estado de Elba. —Sí, gracias, se me ha cruzado un perro. —No, era un zorro, ha saltado de la calzada para desaparec...
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