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Los nazis escondidos


Mis pasos suenan seguros entre las hileras de muertos que se amontonan a mis dos lados. Los cadáveres se han de apilar bien. Brazos, piernas, cabezas, cuerpos sin vida esqueléticos, parecen muñecos duros, en sus rostros muecas de dolor de horror.

Mi paso es seguro en ese pasillo de muerte, con mis manos cogidas detrás de mi espalda y mi abrigo que me cubre hasta las rodillas, miro a mi alrededor, sin ninguna emoción, sólo miro.


Al fondo unos soldados rasos se burlan de unos cadáveres, hacen como si bailaran con ellos, los insultan y se ríen. Les recrimino su actitud, o no? creo que solo lo he pensado, de mis labios no ha surgido ningún comentarios de que sean más respetuosos. En cuanto llego a su lado se cuadran y me saludan, cuando me marcho oigo aún las risas y los insultos, no les he dicho nada, que pensarían de mi, que estoy a favor de los judíos, que tengo simpatía por ellos, podría ser causa de juicio por traición, si los soldados les hubieran contado a mis superiores mi atención hacia los muertos apilados en el patio. 


Es una noche fría, me enciendo un cigarrillo, el humo hace una nube espesa a mi alrededor, hace tiempo que las órdenes que recibo son crueles y sin sentido, las cumplo por miedo y las doy con autoridad para que las apliquen. 


Estamos  perdiendo la guerra y hemos de acabar y matar a todos, el trabajo se amontona.

Ya no hay nadie que me dé indicaciones, estoy solo en mi despacho, el revolver está sobre mi mesa, quizás un tiro en la cabeza acabaría con mi angustia, quizás no? El sabor metálico del miedo y la adrenalina no se marcha de mi boca.


Tengo que huir, hacia donde. Me quito mi uniforme, me visto con ropa de los prisioneros, huyo de noche, sin nada, ni documentación, algo de dinero, nada de comida. 
Tengo miedo, tantos años creándome un futuro en el régimen militar alemán, conseguí tener un puesto de honor, era reconocido por mis compañeros, creía que luchaba por mi país, para defender mi patria, hubo órdenes que no entendía, pero me adiestraron para cumplirlas y hacerlas cumplir, a pesar de que en mi conciencia sabía que aquello no estaba bien.


Lo sabía, pero que podía hacer, quería seguir viviendo y tenía un cargo de poder.


Huyo de noche hacía el próximo pueblo, allí hay una estación de tren, no me reconocerán. Tengo miedo, mi respiración es entrecortada, temo por mi vida y la defiendo con dientes.

 
En la estación hay dos hileras de gente, un control, hay soldados americanos que exigen a todos antes de subir al tren que realicen una maniobran con las manos, no entiendo que significa. En cuanto me voy acercando me doy cuenta que los soldados entrenados realizarían la acción con destreza automática, los civiles no, es una  criba para descubrir soldados nazis escondidos, podré fingir que no lo ser hacer, podré pasar el control.
Llegó a la linea y un soldado me colocar su arma en mi sien, la noto fría y dura, no puedo respirar, el dolor en mi garganta en terrible. 

¿Seré capaz de pasar sin ser descubierto?

Marta Tadeo
Las voces de los fantasmas sin descanso




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