Hubo un tiempo, lejano en nuestra memoria en el que vivían en un bosque profundo una abuela con su nieta.
Las dos trabajaban juntas y las dos se cuidaban.
Un día de otoño, la abuelita cayó enferma. En su cabaña al lado del fuego, a media voz iba enseñando a su nieta.
-¡Toma hija, coge la lechera y no la derrames, ves con cuidado! – le avisaba la abuela.
La niña con largas trenzas doradas se esforzaba por hacer todas las tareas, con alegría y afán.
-Si abuelita, iré con cuidado- resoplaba al coger la lechera- ufff pesa mucho esta lechera.
La abuela se había adormecido con el calor del fuego, sentada en su balancín mantenía sus manos cruzados. La niña miró a su alrededor, la cabaña le parecía enorme y sus paredes altísimas. Para mirar por la ventana debía subirse a una silla y para cocinar tenía que hacerlo encima de alguna madera para alcanzar sin dificultad.
-Hijita, -se despertó la abuela- pon la leche a calentar al fuego y beberemos un poco. Cógete mi chal lila que te calentará. La noche está a punto de llegar y el frío se cala en los huesos.
La niña sirvió la leche calentita a su abuela y se llenó otro vaso para ella.
-Hummmm, está buenísima la leche abuelita. Y tu chal me calienta la espalda- la niña sentada al lado de la abuela se acercó a su hombro dejando su cabeza reposar en él.
-Si hijita, le dice la abuela mientras le acaricia su frente, la leche calente nos sentará muy bien a las dos.
-¡Dame la mano, hija, me siento mal!- le dijo la abuela.
En aquel momento la estancia se lleno de color azul intenso y un gran ángel se posó al lado de la abuela. La niña fascinada se lo miró y sus ojos de llenaron de lágrimas.
-¡Abuelita! Le susurro al oído la niña- ha venido un ángel y quiere decirte algo.
-No digas tonterías niña- le contestó - no digas tonterías….
-¡Abuelita!- le llamó la niña- el ángel me dice que le cojas la mano que debes irte ya.
La estancia se llenó de color verde y otro ángel se acerco a la niña.
-¿ Y quién te cuidará, hijita? Le preguntó a la niña.
Otro ángel se posó delante de ellas, del color de las violetas.
-Mira abuelita- le dijo la niña- que luces más bonitas hay en el salón. No tengas miedo, cuidaré bien de mí, además no estoy sola.
-ahyyy hijita, debo irme, no puedo esperar más- los ojos de la abuela se cerraron.
-Si abuela, vete ya, te amo y me siento muy orgullosa de ti- la niña se abrazó a su cuerpo.
-Recuerda, le susurro a la niña, haz siempre tu vida, sin miedo a lo que dirán de ti. Haz tu vida sin miedo y realiza tus sueños. ¿Me has oído?
-Si abuela, así lo haré, nunca olvidaré tus palabras, te quiero abuela, te quiero muchísmo. Mira han venido todos, el salón está lleno de ángeles y tus padres están aquí. Te quiero abuela te echaré mucho de menos….. Adiós abuela, adiós..
-¡Adiós Marteta!¡ Y gracias por toda hija! Te quiero.
En una gran luz la abuela se marchó acompañada de sus ángeles y seres queridos, la niña permaneció horas abrazada al cuerpo de la abuela muerta. Solo con la luz del sol la niña de apartó. Cogió la leche que quedaba y se la calentó, era un día frio y claro. Los árboles apuntaban lejos y el camino de la casa estaba despejado.
La niña subida a la silla miraba desde la ventana mientras se bebía la leche.
-Te echaré menos abuelita, se dijo para sí.
En aquel momento se dio cuenta que un ángel estaba a su lado. La niña se lo miró y le preguntó:
-¿También yo me he de morir ahora?
-No- le contesto el ángel-, aún no, ahora es tiempo de partir de aquí y buscar un nuevo hogar.
Y así fue como la niña se peinó sus trenzas y recogió sus cosas, el chal y la lechera. Salió de la casa y cerró la puerta. Y se fue…
-¿A dónde vamos? -le preguntó al ángel.
-Vamos a caminar, le dijo él -y mientras te enseñaré una canción.
Y así se cuenta que en los días de otoño, cuando las hojas caen y cambian de color, cuando el atardecer se tiñe de rojo y la noche cae en la montaña, se puede oír cantar a la niña de las trenzas de oro.
Las dos trabajaban juntas y las dos se cuidaban.
Un día de otoño, la abuelita cayó enferma. En su cabaña al lado del fuego, a media voz iba enseñando a su nieta.
-¡Toma hija, coge la lechera y no la derrames, ves con cuidado! – le avisaba la abuela.
La niña con largas trenzas doradas se esforzaba por hacer todas las tareas, con alegría y afán.
-Si abuelita, iré con cuidado- resoplaba al coger la lechera- ufff pesa mucho esta lechera.
La abuela se había adormecido con el calor del fuego, sentada en su balancín mantenía sus manos cruzados. La niña miró a su alrededor, la cabaña le parecía enorme y sus paredes altísimas. Para mirar por la ventana debía subirse a una silla y para cocinar tenía que hacerlo encima de alguna madera para alcanzar sin dificultad.
-Hijita, -se despertó la abuela- pon la leche a calentar al fuego y beberemos un poco. Cógete mi chal lila que te calentará. La noche está a punto de llegar y el frío se cala en los huesos.
La niña sirvió la leche calentita a su abuela y se llenó otro vaso para ella.
-Hummmm, está buenísima la leche abuelita. Y tu chal me calienta la espalda- la niña sentada al lado de la abuela se acercó a su hombro dejando su cabeza reposar en él.
-Si hijita, le dice la abuela mientras le acaricia su frente, la leche calente nos sentará muy bien a las dos.
-¡Dame la mano, hija, me siento mal!- le dijo la abuela.
En aquel momento la estancia se lleno de color azul intenso y un gran ángel se posó al lado de la abuela. La niña fascinada se lo miró y sus ojos de llenaron de lágrimas.
-¡Abuelita! Le susurro al oído la niña- ha venido un ángel y quiere decirte algo.
-No digas tonterías niña- le contestó - no digas tonterías….
-¡Abuelita!- le llamó la niña- el ángel me dice que le cojas la mano que debes irte ya.
La estancia se llenó de color verde y otro ángel se acerco a la niña.
-¿ Y quién te cuidará, hijita? Le preguntó a la niña.
Otro ángel se posó delante de ellas, del color de las violetas.
-Mira abuelita- le dijo la niña- que luces más bonitas hay en el salón. No tengas miedo, cuidaré bien de mí, además no estoy sola.
-ahyyy hijita, debo irme, no puedo esperar más- los ojos de la abuela se cerraron.
-Si abuela, vete ya, te amo y me siento muy orgullosa de ti- la niña se abrazó a su cuerpo.
-Recuerda, le susurro a la niña, haz siempre tu vida, sin miedo a lo que dirán de ti. Haz tu vida sin miedo y realiza tus sueños. ¿Me has oído?
-Si abuela, así lo haré, nunca olvidaré tus palabras, te quiero abuela, te quiero muchísmo. Mira han venido todos, el salón está lleno de ángeles y tus padres están aquí. Te quiero abuela te echaré mucho de menos….. Adiós abuela, adiós..
-¡Adiós Marteta!¡ Y gracias por toda hija! Te quiero.
En una gran luz la abuela se marchó acompañada de sus ángeles y seres queridos, la niña permaneció horas abrazada al cuerpo de la abuela muerta. Solo con la luz del sol la niña de apartó. Cogió la leche que quedaba y se la calentó, era un día frio y claro. Los árboles apuntaban lejos y el camino de la casa estaba despejado.
La niña subida a la silla miraba desde la ventana mientras se bebía la leche.
-Te echaré menos abuelita, se dijo para sí.
En aquel momento se dio cuenta que un ángel estaba a su lado. La niña se lo miró y le preguntó:
-¿También yo me he de morir ahora?
-No- le contesto el ángel-, aún no, ahora es tiempo de partir de aquí y buscar un nuevo hogar.
Y así fue como la niña se peinó sus trenzas y recogió sus cosas, el chal y la lechera. Salió de la casa y cerró la puerta. Y se fue…
-¿A dónde vamos? -le preguntó al ángel.
-Vamos a caminar, le dijo él -y mientras te enseñaré una canción.
Y así se cuenta que en los días de otoño, cuando las hojas caen y cambian de color, cuando el atardecer se tiñe de rojo y la noche cae en la montaña, se puede oír cantar a la niña de las trenzas de oro.
A mi abuela, te amo
Autora: Marta Tadeo
Foto: Marta Tadeo
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